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Cesta

La cesta está vacía

Rafael Rodríguez

Sus manos hablan. Nos cuentan muchos años de trabajo duro en el taller familiar de matricería. Allí, entre planchas de metal, tornillos y máquinas, creció, se curtió y aprendió el oficio y el poder transformador de sus manos. Un día se preguntó “¿por qué no?” y nació un futbolín hasta entonces nunca visto.
Desde entonces los engranajes de su cabeza no han parado de rodar y maquinar. Sufre intensos episodios de levitación. Los pies se despegan a menudo del suelo, de lo convencional. Los ojos se iluminan y brillan. Son los clásicos síntomas de quien pasa hambre. De quien necesita saciar su apetito creativo. Esa criatura que no para de crecer, que cada vez pide más y que no tiene techo.
Como él mismo señala, “la creatividad no es un ejercicio con sede en el cerebro. Es una sensación con epicentro en el estómago”. Una sensación que no quiere que nunca desaparezca.