Barcelona: Inspirador Paisaje Urbano y Social
Gaudí, Modernismo y Sagrada Familia. Estas son las tres palabras que definen la Barcelona de un turista japonés. Pa amb tomaquet, vermut y Sónar, las de una estudiante italiana. Sol, playa y compras son las elegidas por una viajera procedente de Rusia.
En esta pequeña reseña no hay ningún tópico sobre la ciudad. Esta es la Barcelona que nos inspira, la que nos acompaña en nuestro día a día. La que nos sigue sorprendiendo, seduciendo y atrapando en la tela de araña que tejen sus calles, sus gentes y su buen vivir.
Barcelona es para caminarla, patearla y pisarla. Y es que en esta ciudad, la vida se palpa en la calle, ya sea en el cuadriculado barrio del Eixample o los intrincados y caprichosos callejones del Gótico y el Raval. Saltando de panot en panot (la característica loseta gris de cemento hidráulico), los primeros pasos de la mañana nos llevan al caótico despertar de sus mercados, donde se nutren los fogones de sus restaurantes más exquisitos y galardonados hasta las cocinas de los barceloneses anónimos de a pie.
Un descubrir de colores infinitos, olores penetrantes y sabores sin límite que se anclan en la memoria de los sentidos y preparan el estómago para comenzar el día con un esmorzar de forquilla. Aunque se trata de una tradición en desuso por el ritmo que marca la vida urbana, todavía quedan esos locales nostálgicos donde comenzar la jornada dando valor a la comida más importante del día: el almuerzo. Con esos platos que requieren tenedor, cuchillo y una ración de pan para sucar (mojar).
La mañana se escurre sin darnos cuenta, entre las calles, las plazas y los jardines en los que los símbolos de su pasado modernista e industrial se entrelazan con la creatividad inquieta de artistas y creadores de aquí y de allá que han quedado atrapados por el magnetismo de esta urbe. Todo se mezcla y superpone conformando el leguaje y la iconografía propia de una ciudad abierta y cosmopolita que acoge y recoge.
El descaro de Rosalia, la maestría de Johan Cruyff, el surrealismo de Miró, la prosa de Mercè Rodoreda, los sabores arriesgados de Ferran Adrià, el intimismo de Isabel Coixet, los volúmenes de Jaume Plensa o la poesía visual de América Sánchez. Todo forma parte del universo cultural y la memoria de Barcelona.
Antes de que la noche se pose y nos atrape, más arriba del majestuoso Parc Güell, nos espera la Montaña Pelada que nos descubre una de las vistas más imponente de Barcelona. El mar a un lado, los picos de los Pirineos al otro y abajo, la ciudad que se prepara para abrazar la noche y su inagotable vida nocturna.
Con la caída del sol, las fiestas populares saltan de barrio en barrio al ritmo de los timbales, dels diables y els dracs que danzan bajo el fuego y las chispas de los cohetes de los correfocs. Es una expresión visceral de la tradición, un ritual en el que los barceloneses dejan a un lado su compostura y sacan su espíritu más primitivo y festivo.
Esta es la esencia de Barcelona: un cóctel irrepetible de herencia y tradición, modernidad y creatividad, innovación y atrevimiento, generosidad e integración, en proporciones variables según el gusto de quien lo disfrute.
En esta pequeña reseña no hay ningún tópico sobre la ciudad. Esta es la Barcelona que nos inspira, la que nos acompaña en nuestro día a día. La que nos sigue sorprendiendo, seduciendo y atrapando en la tela de araña que tejen sus calles, sus gentes y su buen vivir.
Barcelona es para caminarla, patearla y pisarla. Y es que en esta ciudad, la vida se palpa en la calle, ya sea en el cuadriculado barrio del Eixample o los intrincados y caprichosos callejones del Gótico y el Raval. Saltando de panot en panot (la característica loseta gris de cemento hidráulico), los primeros pasos de la mañana nos llevan al caótico despertar de sus mercados, donde se nutren los fogones de sus restaurantes más exquisitos y galardonados hasta las cocinas de los barceloneses anónimos de a pie.
Un descubrir de colores infinitos, olores penetrantes y sabores sin límite que se anclan en la memoria de los sentidos y preparan el estómago para comenzar el día con un esmorzar de forquilla. Aunque se trata de una tradición en desuso por el ritmo que marca la vida urbana, todavía quedan esos locales nostálgicos donde comenzar la jornada dando valor a la comida más importante del día: el almuerzo. Con esos platos que requieren tenedor, cuchillo y una ración de pan para sucar (mojar).
La mañana se escurre sin darnos cuenta, entre las calles, las plazas y los jardines en los que los símbolos de su pasado modernista e industrial se entrelazan con la creatividad inquieta de artistas y creadores de aquí y de allá que han quedado atrapados por el magnetismo de esta urbe. Todo se mezcla y superpone conformando el leguaje y la iconografía propia de una ciudad abierta y cosmopolita que acoge y recoge.
El descaro de Rosalia, la maestría de Johan Cruyff, el surrealismo de Miró, la prosa de Mercè Rodoreda, los sabores arriesgados de Ferran Adrià, el intimismo de Isabel Coixet, los volúmenes de Jaume Plensa o la poesía visual de América Sánchez. Todo forma parte del universo cultural y la memoria de Barcelona.
Antes de que la noche se pose y nos atrape, más arriba del majestuoso Parc Güell, nos espera la Montaña Pelada que nos descubre una de las vistas más imponente de Barcelona. El mar a un lado, los picos de los Pirineos al otro y abajo, la ciudad que se prepara para abrazar la noche y su inagotable vida nocturna.
Con la caída del sol, las fiestas populares saltan de barrio en barrio al ritmo de los timbales, dels diables y els dracs que danzan bajo el fuego y las chispas de los cohetes de los correfocs. Es una expresión visceral de la tradición, un ritual en el que los barceloneses dejan a un lado su compostura y sacan su espíritu más primitivo y festivo.
Esta es la esencia de Barcelona: un cóctel irrepetible de herencia y tradición, modernidad y creatividad, innovación y atrevimiento, generosidad e integración, en proporciones variables según el gusto de quien lo disfrute.