Resulta prácticamente imposible describir a Juli Capella Samper. Porque ceñirse a su currículum es quedarnos con una versión demasiado reduccionista de esta mente dispersa, de imaginación desbordante, originalidad apabullante e ironía afilada. Hablamos de diseño y juego en una conversación en la que los dos conceptos se mezclan, fusionan y mutan. Porque él no tiene ningún reparo en confesar que nunca ha trabajado, sino que sigue jugando.
Arquitecto, diseñador, docente, divulgador, inventor, creador, artista ¿Con qué definición te quedas? ¿O hay alguna otra palabra exacta para definirte?
Juli Capella: Especialista en generalidades, experto en divagaciones, versado en dispersiones... Reconozco mi fracaso disciplinar. Mi padre me pidió: “Hijo mío, en la vida haz solo una cosa pero hazla muy bien y sé el mejor”. Y por el contrario me he dedicado a muchas variopintas, pero todas a medias. Mi biografía se titulará: De todo un poco, nada bien del todo. Pero que me quiten lo bailado. Para un curioso juguetón no está mal.
¿Eres más de seny (sensatez) o de rauxa (pasión)?
Juli Capella: Del corazón. Es decir de la rauxa amorosa. No la beligerante. De seny creo que ya vamos sobrados en esta sociedad tan mojigata y pacata. Pasión mejor que muermo. El puro seny para las máquinas y los catalanes convergentes.
¿Trabajas o juegas?
Juli Capella: De pequeño cuando llegaba el domingo por la tarde y debía guardar los juguetes me ponía tan triste que juré que toda mi vida sería fin de semana. Y casi lo consigo, estoy en ello. Como un día me toque ir a trabajar de verdad, me muero.
¿Cómo incorporas el juego en tu proceso creativo?
Juli Capella: Dijo Platón que se conoce más a una persona en una hora de juego que en un año de conversaciones. En el estudio le ponemos ironía e ingenio, ni que sea una pizca, en todos los proyectos en los que te dejan. Aquí el cliente es la clave. Si es alguien a quien no le gusta comer, reír, beber y f… no hay nada que hacer. Con José Andrés es más fácil.
¿Y en tu vida?
Juli Capella: En mi vida personal aprovechando para interactuar con mis hijas. Y cuando se han hecho mayores, teniendo otro hijo pequeño, Leo de 5 años, quien me obliga a jugar de nuevo. Y sin mala consciencia. Puedo tirarme por el suelo a chocar con el tren sin levantar sospechas.
¿Echas de menos al niño que fuiste o de algún modo sigue estando muy presente en el Juli de hoy?
Juli Capella: Fui tan feliz de pequeño que todo ha ido a peor. Pero no pierdo la esperanza de volver hacia atrás a partir de ahora. Ya casi no tengo pelo, como cuando era bebé. Vamos bien.
Eres uno de los mayores defensores del diseño cotidiano, de esos objetos diarios que, sin daros cuenta, ponen el diseño al servicio de las personas. ¿Cuál es para ti el valor del diseño?
Juli Capella: El espiritual. Ya sé que debería decir la funcionalidad y la belleza, bla, bla, bla. Pero eso es lo mínimo imprescindible, se da por descontado. Siempre debemos pedirle algo más a todo. Más de lo que se supone para lo que está hecho. Una pinza de la ropa no sirve para colgar la ropa, sino para fabricarte una pistola, un anillo y un pendiente masoquista, cerrar la bolsa de patatas, enganchar los recibos… Y nos evoca cuando de pequeños subíamos a la terraza a tender la ropa con mamá y a mirar a la vecinita. El valor emotivo siempre prevalece sobre el práctico.
Has dicho en varias ocasiones que el diseño nos hace la vida mejor, ¿crees que el juego también? ¿Cómo?
Juli Capella: A ver, el diseño –el malo– también puede empeorar nuestra vida, de hecho lo hace mayoritariamente. Pero el juego la mejora, sin duda. El juego es lo más parecido a la droga o la meditación. Te regala momentos sin tiempo. Recuerdo que, cuando entraba en trance jugando a los soldaditos o al Exin Castillo, me olvidada de ir baño. Me cagaba en los calzoncillos a menudo, ni me daba cuenta. Todo menos salir del embrujo lúdico para ir al váter. La más alta cota de felicidad es disfrutar sin pensarlo, eso te dael juego. No confundamos juego con contienda deportiva, donde solo cuenta ganar y se suele sufrir mucho.
¿Y la sostenibilidad? ¿Qué papel juega en el diseño?
Juli Capella: Quien no la ejerza es un delincuente que debe ser detenido y multado. Es curiosa la acepción de “qué papel juega”, o play o jouer, para tocar un instrumento. La ambigüedad del verbo jugar va desde el vicio más pernicioso al placer más inocente. Es ambivalente. Del atormentado “El jugador” de Dostoyevski a la Oca y tiro porque me toca, o el retador ¿Qué te juegas? Pero volviendo a la sostenibilidad, con eso no se juega.
¿Hay alguna barrera en el diseño que no cruzarías nunca?
Juli Capella: El encargo de alguna arma. Pero se siguen diseñando. Somos un gremio deplorable al servicio de una sociedad enferma.
Has tocado prácticamente todos los palos del diseño. ¿Te queda alguno por explorar?
Juli Capella: Sí, el diseño de la segunda piel, la ropa, mal conocido como diseño de moda, porque lo que esté de moda solo interesa para no coincidir con ello.
¿A qué te apetece jugar ahora en tu trabajo?
Juli Capella: A saltarme la burocracia, a engañar a los project managers, a desobedecer las ordenanzas, a reducir el presupuesto, a sorprender al cliente, a entregar la obra antes de tiempo...
¿Te queda algo por diseñar que aún no te hayas atrevido a hacer?
Juli Capella: Miles de cosas, sería feliz haciendo un abrefácil que realmente lo fuese. O una casa flexible de verdad. O un coche no accidentable.
¿Cuál es tu juego preferido?
Juli Capella: El millón. Es decir el pinball, seguido del futbolín, el ping-pong y las canicas cuando era niño. Todo bolitas pequeñitas y sin moverse mucho. Soy muy torpe y evito todos los juegos que usan pelotas de verdad.
¿Con quién te gustaría jugar como pareja a futbolín?
Juli Capella: Leo Messi, obviamente.
¿A quién te encantaría enfrentarte?
Juli Capella: A la simpática pareja Ronaldo y Vinícius Jr.
¿Y ganar por goleada?
Juli Capella: A los entrañables Trump y Putin.
"De joven tuve el chollo de entrar a trabajar en la empresa Tente, una copia española –¡muy buena por cierto!– de Lego. Mi trabajo consistía en pasar las tardes en un almacén donde había millones de piezas ordenadas en cajas, y ponerme a jugar. Iba haciendo mis creaciones y al acabar, las dejaba en una mesa inmensa y me iba. Cuando volvía a la semana siguiente, la mesa volvía a estar despejada esperando que montase nuevas composiciones. Y encima me pagaban, y bien. Nunca lo entendí. Lo hubiese hecho pagando yo."